martes, 2 de diciembre de 2014

La huella de Soler

Ponencia realizada en el acto de entrega de Premios a la Investigación de la Fundación "José María Soler"
1 de diciembre de 2014

Cuando acepté el ofrecimiento que me realizó la directora de la Fundación "José María Soler" para ensalzar la figura de Soler en la apertura del acto de hoy decidí titularlo “la huella de Soler”. Una huella es la señal que deja el pie de una persona o un animal en la tierra por donde pasa, su rastro, su vestigio. Y quien mejor para hablar de huellas que un arqueólogo, aunque en este caso la tarea no ha sido muy fácil porque nunca conocí personalmente a Soler. Ingresé en la Universidad de Alicante en 1997, un año después de su fallecimiento. Pero, pese a ello, me puedo considerar un perseguidor de su huella, todavía hoy viva gracias a esta Fundación. Porque una huella también es la impresión, profunda y duradera, que puede causar alguien en otra persona. Y esto es lo que Soler es para mí, una huella que siempre me ha indicado el camino a seguir.

Y para hablar de José María Soler me tengo que remontar a los tiempos de mi infancia. ¿Existe una persona de mi generación que no guarde en recuerdo la visita al museo con el colegio? Seguramente no. ¿Porqué? Y en esto también nos ha dejado Soler una profunda huella. Ahora mismo lo vemos.


Corrían los últimos años de la década de los 80, cuando estaba estudiando 4º o 5º curso de EGB, y, acompañado de mis profesores de los Salesianos visité el Museo Arqueológico. Allí recuerdo, con mucho cariño, haber sido atendido por un señor, que actuó de magnífico guía de visita. En la excursión todos queríamos conocer el Tesoro de Villena, el museo en principio no nos importaba tanto y, además, teníamos la suerte de que nos lo iba a enseñar su descubridor. Todo un lujazo. El mismísimo “Indiana Jones” se presentaba ante una cuadrilla de jóvenes de unos 10 años.

Recuerdo el museo de aquél momento, con vitrinas repletas de objetos de sílex, cerámica, metal, hueso, etc. Los recuerdos de esta visita me sitúan al Tesoro de Villena en una pequeña habitación, dentro de una caja fuerte. Allí fue donde cerca de cuarenta jóvenes nos colocamos sentados en el suelo, dispuestos a contemplar el tesoro y escuchar las explicaciones del arqueólogo. De Soler recuerdo como nos contó, con todo lujo de detalles, como encontró dicho tesoro, que piezas lo compone y cual es su antigüedad. Todo ello mientras todos nosotros escuchábamos embobados. La mayor impresión, como no, la apertura de la caja fuerte, que provocó un espontáneo suspiro de admiración colectiva por lo que teníamos ante nuestros ojos.

Después de esta visita, claro, todos queríamos ser arqueólogos como Soler y descubrir un tesoro como el de Villena. Pero, en esta visita, también aprendimos algo muy importante que constituye un principio básico de la investigación arqueológica: que cualquier pequeña pieza era importantísima, que podría ser tan importante, o tal vez más, que cualquiera de las piezas del Tesoro de Villena. La visita al museo no se centró exclusivamente en la contemplación del Tesoro de Villena, sino que también discurrimos por algunas vitrinas, donde nos mostraron, entre otras piezas las siguientes:
  • Un cráneo, aplastado por accidente, que conserva en la sien un pendiente de metal.
  • Un chupete de hueso de un niño de la Edad del Bronce descubierto en un enterramiento en el Cabezo Redondo.
  • Un potaje prehistórico de habas con una cabeza de ajo aparecido en el interior de una olla de barro en el Cabezo de la Escoba.
  • Las primeras pinzas de depilación femenina conocidas, procedentes del Puntal de Salinas.
  • Y un curioso exprimidor de cerámica con vertedero y fondo sembrado de piedrecillas incrustadas, procedente de Salvatierra.

Transcurrido el tiempo, ahora valoro esta visita al museo de mi infancia más si cabe y valoro más todavía la figura de Soler. ¿Por qué? Pues por que, con todo el renombre que había adquirido a lo largo de su trayectoria, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante desde 1985, y con prestigiosos premios en su haber, no le importaba lo más mínimo hacer de guía para una excursión de escolares. José María Soler habría repetido miles de veces esa historia durante los años transcurridos desde que sucedió dicho descubrimiento, pero seguía disfrutando al contarla, narrando absolutamente todos los detalles de ese momento. Como ya les he dicho, un auténtico prócer atendiendo a unos niños de unos 10 o 11 años. Y nosotros claro, alucinando.



Y pasaron los tiempos del bachillerato y, no se muy bien cómo ni porqué llegué a la Universidad, donde me matriculé en la Licenciatura en Historia. Corría el mes de septiembre de 1997, había llegado tarde ya que Soler falleció un año antes. En la universidad fui afortunado, porque desde el primer año recibí la enseñanza del profesor Mauro Hernández, quien, seguramente inconscientemente, supo reavivar en mi interior esa profunda impresión que quedó marcada en mi interior tras mi visita al museo durante la infancia. Pues bien, en una asignatura llamada “Prehistoria II”, conducida por el profesor Hernández descubrí la importancia de la Prehistoria villenense, con continuas alusiones a yacimientos de mi municipio y al extraordinario trabajo de José María Soler, ese ídolo de mi infancia cuya huella volvía a removerme por dentro. La Cueva del Cochino, Casa de Lara, Arenal de la Virgen, Terlinques, Cabezo Redondo. Todos estos yacimientos los utilizaba como modelo para explicar el patrón de asentamiento de los grupos humanos de la Prehistoria en nuestra región. ¡Qué grande Villena! Y, ¡qué grande Soler! De esta forma, Mauro transmitía a cientos de estudiantes uno de los principales mensajes que he extraído con posterioridad de Soler tras la lectura de sus trabajos de investigación, y que dice algo así como: “Esa es la gran importancia de la Arqueología villenense. Por donde la toques te aparecen datos novedosos”.

Y, además, la Universidad de Alicante ponía a mi disposición excavaciones arqueológicas en las que podía participar como estudiante en mi localidad: estaba deseando conocer en profundidad el Cabezo Redondo y poder excavar allí.

Llegó el verano y participé en las excavaciones en Cabezo Redondo y en Terlinques, donde conocí a muchos arqueólogos que trabajaron en contacto con José María Soler. Tal vez por mi procedencia local, ellos me contaban numerosísimas anécdotas que recordaban de esas excavaciones con José María Soler. Su huella ha sido profunda en muchos de nosotros. De hecho, cuando esta gente me habla de sus recuerdos con Soler, lo hacen con una sonrisa en la boca.

El Cabezo Redondo ha sido y todavía es una auténtica escuela de Arqueología, donde los profesionales de nuestra provincia se han formado y siguen formándose, siguiendo como modelo la figura de Soler. De esta forma, Cabezo Redondo, se puede definir como la “cantera de arqueólogos de Alicante”, aceptando la polisemia de dicho término, es decir, tanto el lugar de formación, como el de duro trabajo, aunque, eso sí, recompensado por los importantes descubrimientos que allí se suceden.

Y pasó el verano, pero yo ya me encontraba sumido en una nueva afición que, por cierto, todavía no se ha detenido: la Arqueología. Así que, en los sucesivos años de carrera me dediqué a visitar e inspeccionar todos los enclaves arqueológicos del término municipal de Villena utilizando de guía, los trabajos de investigación de Soler. Allí pude explorar todos los recovecos de la historia local: la Cueva del Cochino, la Huesa Tacaña, el Pinar de Tarruella, Cueva del Lagrimal, Barranco Tuerto, el Peñón de la Moneda, el Puntal de los Carniceros, el Castellar, Castillo de Salvatierra, etc. Todos estos enclaves son fruto de la fecunda labor de José María Soler. Allí pude volver a pisar sus huellas y las de sus colaboradores.

De esta forma, con el conocimiento de nuestros yacimientos arqueológicos supe valorar una afirmación de Soler, que decía algo así como: “Esta zona es de una gran densidad de yacimientos, pegas una patada a una piedra y te encuentras con un yacimiento arqueológico. Aquí, en cuanto sales al campo, encuentras un yacimiento”. Esta es la huella de Soler, que hemos heredado en forma de un rico Patrimonio Arqueológico. El tiempo me ha venido a demostrar que no hay loma, cabezo, valle, rambla, covacha o sierra de nuestro término municipal que se haya escapado a su perspicacia. Así es, esta es la auténtica huella de Soler, quien con gran maestría supo abrir el camino, cuando éste estaba cerrado.  Aunque, por suerte también hay que decir que no lo descubrió todo. Así, tras su pérdida las investigaciones no se han detenido, al contrario, se han incrementado, ampliándose el espectro de yacimientos conocidos y profundizándose en el conocimiento de éstos, siempre siguiendo el modelo iniciado por don José María. Este rico Patrimonio histórico y arqueológico es el auténtico Tesoro de Villena.


Además, esta huella de Soler también se evidencia en los almacenes del museo. Allí se pueden consultar las piezas recogidas por don José María en sus intervenciones, cuidadosamente guardadas en el interior de pequeñas cajitas de cartón, en las que anotaba su procedencia, fecha y personas que le acompañaban. Estos materiales han ido itinerando por distintos lugares hasta la actualidad: desde la casa de José María Soler, donde los guardaba hasta debajo de la cama, pasando por el sótano del Palacio Municipal hasta los almacenes actuales del museo donde se guardan con el mismo cariño que les profesó José María Soler, se lo puedo asegurar.

Y el Museo, otra huella de Soler. En el museo se sigue respirando su esencia. Este es un punto en común donde se encuentran visitantes e investigadores. Personas que visitaron el museo acompañados por un guía irrenunciable, el fundador del museo, hace varias décadas y que regresan a ese lugar que recuerdan con tantísimo cariño y preguntan por esta persona. Además, durante su visita suelen presumir de ello: “la última vez que vinimos nos enseñó el museo el descubridor del Tesoro”. Y en este punto de encuentro también hay investigadores, que acuden a Villena, donde se encuentra un museo de referencia con una importante colección, de obligada consulta. Éstos, cuando les recibimos, bien en el museo o en el almacén, suelen recordar con nostalgia sus visitas anteriores en las que fueron atendidos por José María Soler. Estas son pruebas evidentes de su valía personal y de la huella que ha dejado en muchas personas, investigadores y visitantes.

En el museo, mantenemos la visita guiada personalizada, al igual que se hacía en la época de Soler. En pocos museos españoles se ofrece una visita guiada personalizada por parte de un profesional como se realiza en nuestro museo, aunque, por cuestiones de investigación objetiva, no debemos recuperar algunas de las anécdotas que daba Soler sobre ciertas piezas, por mucho que llamasen la atención a los visitantes. Este sería el caso del famoso guiso, el chupete de hueso, las pinzas de depilar o el exprimidor. En la actualidad estas piezas convendría reformularlas y actualizarlas a los datos del presente. Aún así, se pueden crear nuevas piezas de consulta obligada en la visita al museo, como los restos del yacimiento mesolítico de La Corona, el cesto de esparto y los husos de Terlinques; el peine de marfil, las puntas de lanza, las vasijas decoradas y las piezas de oro de Cabezo Redondo; la Mano de Fátima del Castillo de la Atalaya, los restos de la verja del presbiterio de la Iglesia de Santiago, o el reloj de Sala “el Orejón”.

Y en la Fundación, como no, también está presente la huella de Soler. Pero allí no sólo está la huella, está su legado, sus discos, su biblioteca, sus imágenes, diarios de excavación, manuscritos y la documentación de este trabajador inagotable. Desde aquí me adhiero a las reivindicaciones que realiza anualmente Loli Fenor, directora de dicha institución, solicitando la informatización y catalogación de dichos fondos y la apertura ordinaria de las instalaciones para su consulta. Sólo de esta manera se permitirá continuar el camino iniciado con la huella de Soler. Pero además, y para terminar, quiero felicitar a la Fundación José María Soler por el mantenimiento de los premios de investigación y de iniciación a la investigación, porque con éstos estamos consolidando la huella de Soler y ampliando el espectro de investigaciones. Este importante apoyo e impulso a los jóvenes investigadores, tanto de los que se inician en la investigación como de los universitarios perpetúa la memoria de José María Soler. Ellos son, sin lugar a dudas, los que siguen las huellas de Soler, como niños en la arena que pisotean la marca dejada por los pies de sus padres, siguiendo su ejemplo, imitándolos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario